Por Patricia May
Todo pasa, el éxito y el fracaso, todo pasa, cada cosa que creímos que era por siempre, pasó o pasará, la infancia se deshizo en el tiempo, y la juventud, y cada etapa de la vida.
Estamos en tiempos en que esto no puede evadirse, nos lo muestra la naturaleza y últimamente también la caída de las instituciones que creímos confiables, eclesiásticas, políticas, empresas, carabineros; es una institucionalidad que se derrumba y con ello, nuestras certezas, nuestras claridades socioculturales.
A dónde ir cuando todo se derrumba?, cómo crear solidez en medio del caos? De qué sostenerse? Es la pregunta de los tiempos.
Y esto que nos deja desnudos y sin sostén constituye la oportunidad de ver lo único sólido e indestructible, aquello que los vientos no pueden arrasar ni el fuego quemar; el Alma o centro espiritual del Ser humano, que Es antes de nacer y después de morir, de poder inquebrantable, el Tao que se oculta tras las formas, de lo cual nadie sabe y sin embargo con su poder sostiene a los universos e impulsa el movimiento del cosmos.
Y esto que nos deja desnudos y sin sostén constituye la oportunidad de ver lo único sólido e indestructible, aquello que los vientos no pueden arrasar ni el fuego quemar; el Alma o centro espiritual del Ser humano, que Es antes de nacer y después de morir, de poder inquebrantable, el Tao que se oculta tras las formas, de lo cual nadie sabe y sin embargo con su poder sostiene a los universos e impulsa el movimiento del cosmos.
Hay una fuerza, una claridad en lo profundo de ti, que habitualmente permanece oculto por la multitud de pensamientos y emociones, por los deberes y ansiedades, por el rencor y el cansancio, por la crítica y el miedo, por las entretenimientos que nos dan los medios y las muchas actividades que copan nuestra atención.
Hay una paz y una alegría pura que está allí siempre, que no se contamina con las caídas o los malos momentos.
Hay una paz y una alegría pura que está allí siempre, que no se contamina con las caídas o los malos momentos.
Recuerda, en algún breve momento de tu vida lo has experimentado, quizás cuando eras joven, o un día caminando entre los árboles, o junto al mar, o un día cualquiera entre muchos en que todo se despejó en ti y viste claro y comprendiste el sentido de tu camino.
Allí supiste, lo tuviste claro y luego miraste hacia otro lado y la vida te tomó…y olvidaste, y todo se volvió a enredar y entró la angustia y la insatisfacción y entraste en el carril de levantarte cada mañana sin sentido, siguiendo el ritmo del mundo que corre a mil, lleno de expectativas y cosas por consumir, funcionando cada hora, esperando que llegue algún día el tiempo de parar y vivir con sentido y disfrute.
Allí supiste, lo tuviste claro y luego miraste hacia otro lado y la vida te tomó…y olvidaste, y todo se volvió a enredar y entró la angustia y la insatisfacción y entraste en el carril de levantarte cada mañana sin sentido, siguiendo el ritmo del mundo que corre a mil, lleno de expectativas y cosas por consumir, funcionando cada hora, esperando que llegue algún día el tiempo de parar y vivir con sentido y disfrute.
Hay un error central en esto y quizás ahora lo podamos entender, ahora que todo se derrumba, no hay nada, ni nadie que nos pueda asegurar o sostener, o dar sentido.
La solución no está en situaciones, ni posesiones ni afectos ni personas ni instituciones sólidas.
Todo muta, todo se cae, todo se termina.
Sólo nos queda retornar a lo más simple, a lo que siempre estuvo y no vimos, a nuestro propio centro interior.
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