Hay una soledad que no se explica con palabras.
Es la soledad de estar rodeada de voces y no sentirte escuchada.
Caminas junto a ellos, pero es como si sus pasos no tocaran la misma tierra que la tuya.
Hablan de cosas que no te llegan.
Se entusiasman con sueños que no son los tuyos.
Te aman, sí, pero no te comprenden.
Y así, en medio de la risa y el bullicio, tú te sientes invisible.
No porque no te vean físicamente, sino porque nadie alcanza a ver lo que arde y florece en tu interior.
Es simplemente la profunda certeza de haber nacido con una sensibilidad que desborda los límites de lo cotidiano.
De sentir lo que otros no sienten.
De ver más allá de lo que muestran las palabras.
De necesitar espacios de calma cuando todos corren.
De necesitar silencio cuando todos gritan.
Te vuelves nómada de lo invisible, buscadora de un hogar que no existe afuera.
Una mujer habitada por estrellas y raíces al mismo tiempo.
Demasiado “rara” para unos, demasiado “intensa” para otros.
Y sin embargo, tú sabes que no puedes fingir ser otra
Elsa Farrus
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