EL JUEGO DEL SILENCIO
Texto escrito por María Montessori, en Educar para un Nuevo Mundo.«Algo sorprendente que ocurrió en mi primera escuela me hizo implementar un nuevo elemento al método: el “Juego del Silencio”. Entré en una clase en la que todos estaban verdaderamente concentrados en su trabajo; los niños ya tenían sus voluntades desarrolladas. Ingresé a esta aula de cuarenta y cinco niños con un bebé de cuatro meses en brazos... les mostré a los niños lo que traía y les dije: “¡Tenemos una visita! Miren qué quieto está; estoy segura de que ustedes no podrían mantenerse así de quietos”. Pensé que mi chiste les iba a causar gracia, pero se pusieron muy serios y de inmediato juntaron los pies y se contuvieron de hacer movimiento alguno. Como creí que no habían entendido lo que les había querido decir, proseguí: “Ah, no saben qué despacio respira; ustedes no podrían respirar tan despacio porque tienen los pulmones más grandes”. Supuse que ahora se reirían, pero nada. Seguían con los pies juntos e incluso contenían la respiración para no hacer ruido, y todos me miraban serios. Entonces les dije: “Voy a salir muy despacio, pero igual el bebé va a hacer menos ruido que yo; no se va a mover y se va a quedar muy callado”. Le devolví el bebé a la madre y cuando regresé hacia donde estaban los niños, descubrí que se habían mantenido inmóviles y con la mirada me decían: “Ya ves, tú hiciste poco ruido, pero nosotros podemos ser tan silenciosos como el bebé.”
Es decir que todos tenían la misma voluntad; todos sentían la necesidad de hacer lo mismo, y el resultado fue un curso de cuarenta y cinco niños en perfecto silencio y quietud. Uno se preguntaría cómo hice para lograr tanta disciplina siendo que yo sólo había querido hacerlos reír. Ese silencio se volvió tan estremecedor, que les señalé: “¡Qué silencio!” y aparentemente, los niños también sintieron lo que era eso, y se quedaron quietos, conteniendo la respiración, hasta que comencé a notar sonidos que no había oído antes, como el tic-tac del reloj, el agua que goteaba en un grifo afuera, el zumbido de las moscas. Ese silencio les proporcionaba una gran satisfacción a los niños, y a partir de ese momento lo implementamos como una característica de nuestras escuelas. Servía para medir la fuerza de voluntad de los niños; con este ejercicio se fortalecía la voluntad, y los silencios se hacían cada vez más extensos. Luego agregamos una variante: susurrábamos el nombre de cada niño, y a medida que los íbamos llamando, venían sin hacer ningún ruido; mientras tanto, los otros se quedaban en silencio. Como todos se esforzaban por no emitir ningún sonido y caminaban con cuidado, lentamente, el último que llamábamos tenía que esperar mucho tiempo para pasar. Los niños manifestaban un poder de autocontención mucho mayor que el de los adultos, y lo que genera la obediencia es la voluntad y la autocontención.
Sin querer, cuando había entrado en el aula con el bebé había estimulado esta capacidad, pero no podía depender siempre de semejante visita, y quería repetir la experiencia. Descubrí que la mejor manera de hacerlo era decirles: “¿Hacemos silencio?”»
MARÍA MONTESSORI
Educar para un Nuevo Mundo"
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