sábado, 1 de marzo de 2025

EL JUEGO DEL SILENCIO, por María Montessori

 EL JUEGO DEL SILENCIO

Texto escrito por María Montessori, en Educar para un Nuevo Mundo.

«Algo sorprendente que ocurrió en mi primera escuela me hizo implementar un nuevo elemento al método: el “Juego del Silencio”. Entré en una clase en la que todos estaban verdaderamente concentrados en su trabajo; los niños ya tenían sus voluntades desarrolladas. Ingresé a esta aula de cuarenta y cinco niños con un bebé de cuatro meses en brazos... les mostré a los niños lo que traía y les dije: “¡Tenemos una visita! Miren qué quieto está; estoy segura de que ustedes no podrían mantenerse así de quietos”. Pensé que mi chiste les iba a causar gracia, pero se pusieron muy serios y de inmediato juntaron los pies y se contuvieron de hacer movimiento alguno. Como creí que no habían entendido lo que les había querido decir, proseguí: “Ah, no saben qué despacio respira; ustedes no podrían respirar tan despacio porque tienen los pulmones más grandes”. Supuse que ahora se reirían, pero nada. Seguían con los pies juntos e incluso contenían la respiración para no hacer ruido, y todos me miraban serios. Entonces les dije: “Voy a salir muy despacio, pero igual el bebé va a hacer menos ruido que yo; no se va a mover y se va a quedar muy callado”. Le devolví el bebé a la madre y cuando regresé hacia donde estaban los niños, descubrí que se habían mantenido inmóviles y con la mirada me decían: “Ya ves, tú hiciste poco ruido, pero nosotros podemos ser tan silenciosos como el bebé.”

Es decir que todos tenían la misma voluntad; todos sentían la necesidad de hacer lo mismo, y el resultado fue un curso de cuarenta y cinco niños en perfecto silencio y quietud. Uno se preguntaría cómo hice para lograr tanta disciplina siendo que yo sólo había querido hacerlos reír. Ese silencio se volvió tan estremecedor, que les señalé: “¡Qué silencio!” y aparentemente, los niños también sintieron lo que era eso, y se quedaron quietos, conteniendo la respiración, hasta que comencé a notar sonidos que no había oído antes, como el tic-tac del reloj, el agua que goteaba en un grifo afuera, el zumbido de las moscas. Ese silencio les proporcionaba una gran satisfacción a los niños, y a partir de ese momento lo implementamos como una característica de nuestras escuelas. Servía para medir la fuerza de voluntad de los niños; con este ejercicio se fortalecía la voluntad, y los silencios se hacían cada vez más extensos. Luego agregamos una variante: susurrábamos el nombre de cada niño, y a medida que los íbamos llamando, venían sin hacer ningún ruido; mientras tanto, los otros se quedaban en silencio. Como todos se esforzaban por no emitir ningún sonido y caminaban con cuidado, lentamente, el último que llamábamos tenía que esperar mucho tiempo para pasar. Los niños manifestaban un poder de autocontención mucho mayor que el de los adultos, y lo que genera la obediencia es la voluntad y la autocontención.

Sin querer, cuando había entrado en el aula con el bebé había estimulado esta capacidad, pero no podía depender siempre de semejante visita, y quería repetir la experiencia. Descubrí que la mejor manera de hacerlo era decirles: “¿Hacemos silencio?”»

MARÍA MONTESSORI
Educar para un Nuevo Mundo"

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