Una empresa funciona cuando cada uno sabe lo que tiene que hacer. Cuando uno siente que pertenece. Y cuando se trabaja juntos – no unos contra otros.
Dicho con sencillez – y sin embargo, ahí está la esencia.
Claridad, pertenencia y verdadera colaboración son la base sobre la que se sostiene una empresa viva.
Y justo de ese orden nace algo más profundo: el alma de la empresa.
Porque en cuanto hay más personas implicadas que el fundador – empleados, clientes, socios – surge una identidad propia.
No solo un objetivo o un producto, sino algo que une. Algo que da sentido.
Algo que permanece, incluso cuando otras cosas cambian.
El alma de una empresa se refleja en cómo se trata a las personas.
Si se reconocen las contribuciones. Si se asume responsabilidad. Si surge esa sensación de: Formo parte. Cuento.
Cuando este orden interno se vive, nace la confianza. El desarrollo. El éxito – no como meta, sino como consecuencia.
Bert Hellinger dijo una vez:
Una empresa sirve a la vida – o pierde su rumbo.
Quizá quieras tomarte un momento para estas preguntas:
¿Y en tu caso – cómo es en la empresa en la que trabajas?
¿Te sientes visto en tu lugar?
¿Sabes cuál es el sentido de tu trabajo?
¿Sientes que tu labor tiene valor – para ti, para otros, para el conjunto?
Un impulso – para empresarios y también para empleados.
Para todos los que sostienen, contribuyen y construyen juntos.
Matthias Posch
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